Sabe la Bombonera de sensaciones. Hay que creerle. Excitada, caliente como nunca, ilusionada como siempre, ahora es una fiesta. Se canta con fe de campeón. Se grita por esas señales benditas emitidas por Darío Benedetto. Por algo ocurrió justo en este momento el reencuentro con ese fantástico goleador que tanto se añoraba...
Volvió el Pipa al gol para que todo Boca sienta de verdad que los milagros son posibles. Que un equipo que en 80 minutos casi no armó una jugada con consistencia y casi no pateó al arco, en apenas cinco puede pegar dos impactos colosales para quedar a un pasito de la final de esta Libertadores transformada en obsesión.
Regresó Benedetto para regalarle gol y sabor a un equipo compacto, pero sin una idea ofensiva. Más oportuno, imposible. Retornó también para darle la razón a Barros Schelotto. Nobleza obliga: en el instante del cambio, con Villa y Pavón en cancha, con dos extremos así, parecía una contradicción sacar a un 9 como Wanchope Ábila con cabezazo y contundencia; reclamaba el desarrollo modificaciones vinculadas mucho más con la elaboración que con la definición. Pero Guillermo lo hizo. Y así como Gallardo el martes había tenido su noche de errores, el Mellizo coronó un día después uno de sus grandes aciertos. Ni Gago ni Tevez. Adentro Benedetto.
Le salió redondo a Barros Schelotto. Córner y cabezazo estruendoso del Pipa para el 1-0. Así como Gremio le había ganado a River, empezaba Boca a quebrar a Palmeiras: en una jugada con pelota detenida. Y al ratito, Benedetto de nuevo: control y giro de crack para dejar a Luan mirando a la platea y derechazo desde afuera del área a media altura, contra un palo, imparable, para coleccionar.
A ese Palmeiras que venía asustando de visitante, con todos sus partidos ganados, con una docena de gritos a favor y apenas con uno en contra, salió Boca a proponerle un partido similar al que le había planteado en la ida a Cruzeiro, con un mediocampo combativo, con aquellos intérpretes escogidos para el duelo con los azules de Belo Horizonte.
Sólo Guillermo incluyó algunas modificaciones posicionales: Nandez, que había estado bien abierto a la derecha para tapar las subidas de Egidio, esta vez fue más por adentro; Zárate, que había revoloteado detrás del 9, ahora apareció casi siempre abierto por la izquierda; y Pavón transitó en general por la derecha cuando lo había hecho más que nada por el otro callejón.
Tal como en aquel primer tiempo frente a Cruzeiro, casi no le patearon al arco a Boca. Más allá de algún córner, Agustín Rossi, el arquero de los fantasmas, miró cómo todo transcurría entre fricciones, presión y desprolijidades. Hubo orden para impedirle sorprender a Palmeiras con salidas rápidas desde el medio. Eso sí, a diferencia de aquellos 45 minutos iniciales, nadie se inspiró ni siquiera para dibujar una construcción con cierta fluidez.
Zárate quedaba aislado en la izquierda. Pablo Pérez encontraba poco la pelota y, cuando la hallaba, lo atrapaban las imprecisiones. Pavón nunca era ubicado en situación como para volar con su velocidad y de nuevo no desequilibraba en el mano a mano.
Boca era un equipo turbulento, vacío de claridad. Contagiaba pasión por el incansable Barrios y por el bravo Nandez, perfectos hasta el instante de pasar la pelota; a partir de ahí... De juego, nada. Con un rato de intensidad, generó en la etapa inicial un par de córners y dos remates desde afuera. Muy poquito.
Como Zárate tampoco llegó al partido en el nacimiento del segundo tiempo, Barros Schelotto lo sacó para poner a Villa abierto a la derecha y mudó a Pavón a la izquierda. Igual Boca no sabía cómo perforar ese 4-2-3-1 tan paciente como cauteloso y mezquino ideado por Felipao Scolari. La sensación del 0 a 0 se instalaba con fuerza.
Es más: Boca casi no había pateado al arco hasta ese tiro libre de Olaza que Weverton voló para mandar al córner, a ese tiro de esquina que derivó en el primer alarido de Benedetto. Y faltaba la perla...
Justo el día después de que River quedó envuelto en derrota y en dudas, Boca gestó otro milagro futbolero. La Bombonera, especialista en sentir, lo abrazó como a una señal mágica.
El 1x1 de Boca ante Palmeiras: seguridad en la trinchera y un héroe
Análisis individual del equipo de Guillermo Barros Schelotto en el 2-0 ante Palmeiras en la Bombonera.
Agustín Rossi (6): no tuvo ningún episodio de peligro. En un partido especial por los fantasmas que revolotean a su alrededor, nunca se complicó.
Leonardo Jara (6): buen cierre para cortar una réplica en el arranque del partido. No sufrió en la marca de Willian. Tampoco pasó mucho al ataque.
Carlos Izquierdoz (6): firme para devorarse a Borja, el goleador de la Copa. A veces, desprolijo en la salida.
Lisandro Magallán (6): bien ayudando en el control de Borja. Sin problemas atrás.
Lucas Olaza (7): anuló a Dudu y se hizo importante con su pegada. Weverton le sacó un tiro libre sensacional al córner que luego cabeceó Benedetto al primer gol.
Nahitan Nandez (6): bravo en el medio, con despliegue y corazón total. Jugador de Copa Libertadores. Eso sí, impreciso con la redonda.
Wilmar Barrios (6): fiereza y quite, orden y relevos. Como Nandez, imperfecto en el pase.
Pablo Pérez (5): demasiado solo para gestar. Le costó hacerse influyente en un partido donde se peleó más de lo que se jugó. Le faltaron socios.
Cristian Pavón (4): hasta el ingreso de Villa recorrió la calle derecha del ataque. Luego, se mudó a la izquierda. Nunca pesó. Flojo otra vez.
Ramón Abila (4): generoso en el esfuerzo, pero sin pesar en la zona caliente de definición. El equipo no lo alimentó ni con dos extremos.
Mauro Zárate (4): sus mejores lapsos en Boca (aunque breves) fueron detrás del 9, pero Guillermo anoche lo ubicó abierto a la izquierda. Mauro jamás influyó de acuerdo a lo que se espera de su jerarquía. Por eso, a los 10 del segundo tiempo, el técnico lo sacó.
Sebastián Villa (4): entró por Zárate y jugó abierto a la derecha. Le costó desbordar.
Darío Benedetto (10): ingresó a los 31 del segundo tiempo por Wanchope. Fue descomunal. Con un cabezazo impactante y con un derechazo impiadoso tras un control y un giro propio de un 9 distinto, volvió al gol para regalarle contundencia a un equipo sin ideas y sin juego.
Julio Buffarini (-): reemplazó a Pavón sólo para jugar el tiempo adicionado y enfriar ese tramo final.