Sueltos. Como pide Mascherano. Razonamiento de Jefecito: cuando hay libertad hay expresión natural, hay juego. Y Argentina validó aquella teoría de su deté. Contra Guatemala, segunda “hora de la verdad”, fue un equipo cohesionado, con estilo, estética y tensión de la buena. Y se despojó de la otra, de la obligación por clasificar a octavos que seguramente pesaba como pullover mojado.
Argentina fue Argentina y es el mayor éxito del triunfo ante los guatemaltecos. Se vigorizó, se convenció de sus facultades. Y las desarrolló. Mascherano, aun cuando evaluó retocar el centro del campo, ratificó a Tanlongo y a Perrone porque sabía que ocurriría lo que pasó: hicieron match. Incluso Maxi marcó en modo fisher. Se complementaron mucho mejor que ante Uzbekistán, distribuyeron en conjunto y quitaron en equipo.
Ese balance que hace una década te vendían en pulseritas la Selección la consiguió con la facilidad de un tic para pasar, con la precisión de un tac para quitar. Desde ahí se erigió un estilo homogéneo. Sin grietas. Sin sobresaltos. Y con un altísimo nivel de acierto en los pases que anduvo por el 90% de promedio.
Lo que ante Uzbekistán fue un ensayo, contra Guatemala se desplegó con la naturalidad de una función de Cats. Hubo fútbol Broadway, por momentos, con alternativas diversas. Desbordes arrabaleros y valientes de Barco -lateral izquierdo devenido mini Di María- y de Gauto -relevo a la altura de Aguirre- y contundencia killer (otra vez) de Véliz, que de cabeza te baja hasta el dólar blue. O toques made in UEFA de los dos playmakers: el omnipresente Carboni y el vertical Soulé, al que le falta sentirse un poco más seguro de sus cualidades, que se ven de lejos como sus botines flúo.
No obstante, lo que ocurrió en el rectángulo ofensivo argentino se argumentó también en la solidez mostrada en el primer tercio. Allí, donde los uzbekos tenían espacio, los guatemaltecos perdían sucesivamente la pelota por un quite preciso del Valentín Gómez en modo Vélez 2022 y de la capacidad para el anticipo de Avilés, grata sorpresa de ocasión. Y también de Gomes Gerth, dubitativo en su estreno pero impecable anoche en las dos únicas pelotas en las que Guatemala anunció peligro.
Mascherano incluso tuvo margen para la rotación. Para ver de nuevo a Luka Romero en cancha, quien había desnivelado mucho en su primer juego y que en el segundo facturó con un remate bárbaro post distribución colectiva de élite. Pero también a Maestro Puch, una opción que quizás tenga minutos en San Juan para aliviar cargas, a Infantino, a Fede Redondo y hasta a Román Vega, necesario cuando Barco ya asomaba algo fatigado.
Argentina encontró rápido la paz, es verdad: quizás si el gol se demoraba lo que surgió natural hubiera ido marchitándose por el nerviosismo. Aunque también es real que el ímpetu de los pases de arranque ya demostraron que el click, la mochila despojada por la resiliencia del 2-1 previo, era una certeza absoluta. Por algo desde el búnker albiceleste decían que “había que ganar” en el estreno: a partir de eso hubo descorche de juego. Y de ilusión prolongada: el salto a octavos de final.