Hay determinadas cuestiones que no se pueden separar ni medir. Por más que se trate de un simple juego y que el fútbol se trate de 11 contra 11 corriendo atrás de una pelota, el choque entre España y Marruecos se trató mucho más que de eso. Antes de comenzar el encuentro, en la línea verde de subte, la que desemboca en este estadio Education City, la atmósfera no era sólo la de un partido de la Copa del Mundo. En los marroquíes se podía oler que había algo más, que respiraban reivindicación, que gritaban por mucho más que Ancharf Hakimi o Hakim Ziyech; en esta noche del 6 de diciembre de 2022, los hinchas de la selección africana, hijos de una tierra vecina a España, sintieron por un rato que el destino les dio un motivo para celebrar.
Creer que fue apenas uno choque de la poderosa España ante el humilde Marruecos, por un pase a los cuartos de final del Mundial es equivocar la mirada, por más que las cámaras se quedaran con la majestuosa definición de Hakimi -que le “picó” el último penal, el de la gloria, a Unai Simón, el arquero español-. El festejo final, con todo el plantel de rodillas ante su público, en la misma posición en la que oran, fue el punto final de un triunfo simbólico. E histórico: Marruecos llega por primera vez a los cuartos de final de un Mundial, luego del empate a cero y el triunfo (3-0) en la definición por penales.
Este seleccionado marroquí es la bandera de un pueblo, más allá de que nueve de los titulares de esta noche son parte de las cinco grandes competencias del Viejo Continente: Premier League, Liga de España, Bundesliga, Seria A y Liga de Francia. Ellos saben bien de qué se trata su historia.
Dentro de la cancha, estos futbolistas que tienen sus vidas acomodadas en PSG (Hakimi), Chelsea (Ziyech), Fiorentina (Amrabat), Bayern Munich (Mazraoui), Sevilla (Youssef En-Nesyri y Bono), se estaban jugando algo más. Se movían como una marea roja detrás de la celeste España que desplegaba su juego, pero que nunca pudo con la furiosa necesidad de reivindicación de un rival emocionalmente enfocado en su causa. Es que ellos no desconocen que los miles que estaban afuera sacaron de sus entrañas el himno jerifiano, casi con la misma furia que desde la década de los ‘70 el Gobierno de Marruecos reivindica la soberanía de las ciudades de Ceuta y Melilla, aunque el Gobierno de España nunca estableció negociaciones, ya que las considera parte del territorio nacional español. Las noticias se amontonan a diarios: miles de migrantes intentan ingresar a Europa por esa vía. Miles dejan la vida en esa búsqueda.
Una cortina de silbidos marroquíes prácticamente dominó la escena cada vez que España tuvo la pelota, es decir que casi durante los 120 minutos que duró el partido. Y en cada despeje una ovación aplastante sin importar qué jugador de Marruecos fuese el encargado de alejar el peligro. Y en los penales se repitió exactamente el mismo ritual.
Hubo fiesta en Rabat y hubo fiesta en Doha, donde los hinchas marroquíes son multitud: domaron las tribunas y montaron sus celebraciones hasta las lágrimas. Flamea la bandera de Palestina en las tribunas. “Free Palestine”, se puede leer a cada paso. Celebra Mazraoui con su bandera también. Antes lo había hecho Jawad El Yamiq, cuando Marruecos se clasificó a los octavos de final. Y las imágenes recorren el mundo: ellos no están atentos a las críticas, simplemente se hacen escuchar. Y sin duda que lo hicieron al sacar a España de su camino.
No les importan las estadísticas a estos futbolistas marroquíes que escribieron la página más gloriosa, ni le prestan atención al historial de España, que marca que sólo ganó tres partidos en la Copa del Mundo desde que logró el título en Sudáfrica: uno contra Australia, uno contra Irán y uno contra Costa Rica. Sólo le interesa las marcas propias, que indican que está en la lista de equipos invictos de esta Copa del Mundo junto con Inglaterra, Croacia y Países Bajos.
Levantan por el aire a Yassine Bounou (Bono, para todo el mundo), que contuvo dos penales de los tres que ejecutó España (el tercero dio en el poste). Se abraza Hakimi con su entrenador, Walid Regragui, se toman un segundo, miran al cielo y hacen reverencias. Celebra Ziyech con Amrabat el paso que rompió la lógica de los octavos de final del Mundial. Sacude la red con locura Azz-Eddine Ounahi. Todos los jugadores les ofrecen sus camisetas a los hinchas. Una postal perfecta, una noche en la que pareció que los poderosos, por una vez, no se quedaron con todo el premio.