Para los chicos muertos, no hubo Ministerio de la Primera Infancia que sirviera porque ya sea por deshidratación, desnutrición o infección, terminaron sucumbiendo ante un Estado abandónico al que sólo le interesó mostrar estadísticas falsas en medio de una costosisima e inútil campaña presidencial.
Sólo debieron pasar poco más de cuarenta días de la nueva administración conducida por Gustavo Sáenz, para que la realidad sobre la situación de desamparo en el siguen viviendo las comunidades aborígenes del norte de Salta, mostrara su cara más horrible.
Las cinco inocentes víctimas, no pudieron contar con la protección del Fondo de Reparación Histórico que tanto Urtubey como su entonces jefe de Gabinete, Carlos Parodi, le vendieron a los salteños diciéndoles que serviría «para hacer obras de infraestructura» como la provisión de agua segura y la permanente atención sanitaria y alimentaria, en todos los niveles, en los departamentos Rivadavia, San Martín y Santa Victoria principalmente.
El crédito en dólares que contrajo su gobierno a altísimas tasas de interés con el pretexto de terminar con esta vergüenza histórica y por el cual este año hay que pagar millonarios intereses, no se utilizó en lo que debería y ni los legisladores ni los ciudadanos de a pie, saben en verdad adónde fueron a parar esos billetes.
Lo cierto es que los niños están muertos y el nuevo Gobernador debió salir en forma acelerada a buscar recursos económicos y logísticos ante el gobierno nacional para comenzar a buscar agua de donde sea, a la vez de mitigar el hambre de estos sufridos salteños.
La respuesta que Sáenz y sus ministros Sergio Camacho y Verónica Figueroa consiguieron de los funcionarios del presidente Alberto Fernández, fueron rápidas y efectivas.
Sobre todo por parte de los ministros de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, quien puso en práctica el programa de la «Tarjeta Alimentar» en Salta antes que en otras provincias, y el de Defensa, Agustín Rossi, quien ordenó que inmediatamente el Ejército Argentino asistiera con recursos humanos y técnicos para abastecer el líquido elemento en toda la zona.
Aún así, con todo esto ya en marcha, los chicos, por diferentes razones siguieron muriendo.
No obstante, desde la gestión provincial y con un primer mandatario apelando otra vez a sus dotes de gran articulador con el gobierno nacional, más allá de la pertenencia política de uno y otro, la expectativa de que la realidad cambie para bien está latente.
Desde el ministerio nacional que dirige Rossi y el propio Ejército, ya adelantaron que van a permanecer realizando tareas de asistencia y provisión de agua en el norte por lo menos durante todo este 2020, mientras a la vez construyen más de 2000 cisternas con la consigna de captar, almacenar y distribuir agua en la totalidad de los parajes.
Todo esto con el apoyo de los funcionarios de Infraestructura y Desarrollo Social de la provincia, quienes aportan personal y material logístico para optimizar la presencia militar que, ya se sabe, se incrementará en los próximos días.
Lo que ha trascendido desde fuentes del Grand Bourg, es que el gobernador Sáenz ya tomó la decisión de ajustar clavijas en su Ministerio de Salud porque considera que sus actuaciones no estuvieron ni están a tono, todavía, con las necesidades de la hora.
Viendo esta triste realidad que en 2020 nuevamente castiga al norte provincial, nos preguntamos adónde habrán quedado aquellas promesas que Juan Manuel Urtubey realizaba en el año 2007, cuando asumió su primer gobierno.
«Nada ni nadie podrá detener este cambio», decía por entonces y sumaba otra que viendo este cuadro patético, ahora suena a cinismo puro: «Vamos a hacer realidad la esperanza».
Ante tanto fracaso, no queda otra que recordar lo que el catalán Joan Manuel Serrat escribió hace tiempo: «Nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio»…