Rodeado de 16 gatos, sus únicas compañías, sentado en el jardín de su casa, Juan Carlos García asegura que se "cansó" de llevar en silencio aquel episodio que guardó durante 27 años. Un "mal recuerdo", que intentó olvidar entre las luces de sus shows de cumbia y animación, pero que los destellos no pudieron apagar. Tampoco pudo hacer nada el alcohol, ni "dormir todo el día esperando que se acabe".
Todos los caminos solo tejieron laberintos en los que siempre acababa en el mismo lugar: el deseo de "que el cura pague por lo que hizo". Alejado de la Iglesia, aquella que lo animó con sus lecturas bíblicas y pulió esa timidez alimentada por la sobreprotección familiar, hoy le inició un juicio eclesiástico y penal por abuso a uno de sus funcionarios: el sacerdote Emilio Lamas.
Juan Carlos ya no sueña con ser cura.
En 1989 murió Néstor Ojeda, el sacerdote de Rosario de Lerma. Se trataba de la persona que había logrado que aquel niño de 10 años que había llegado a la Iglesia con una voz baja, casi imperceptible y que predicara con pasión "la palabra de Dios". A la muerte de su "papá" del corazón, le sucedió Gregorio Willinard, un cura "jesuita y científico", al que asistió en los quehaceres cotidianos de la Iglesia hasta 1991. Luego llegó Emilio Lamas, "el cura que sedujo" al pueblo.
A los 16 años el exmonaguillo comenzó a ser abusado sexualmente por el sacerdote al que ahora denuncio
"Me acuerdo que él era superpopular, jugaba al básquet, se mezclaba con la gente, conquistó al pueblo", contó Juan Carlos a El Tribuno. Ese carisma que incluso a él mismo había deslumbrado, luego le jugó en contra. "Por eso todo el mundo lo vio como un ser impresionante, imposible que cometiera un error... como el que yo decía", dijo.
Las fechas para Juan Carlos son un desafío para su memoria que debe desempolvar años de intentos de olvido, y cuando lo logra, algunos episodios toman otro peso. "Él quiso estar a solas conmigo...", repite en voz baja mientras reconstruye su infierno a los 16 años. El episodio ocurrió en agosto de 1991, en la previa de la fiesta patronal de El Alfarcito. La noche previa a la fiesta llegaron al pueblo solo el sacerdote Lamas y Juan Carlos. "Fuimos a la casa de la familia Bautista, que organizaba la fiesta, yo me apuné, me dieron té de coca y vomité. Los Bautista dijeron que yo me quedara a dormir en su casa... pero el padre Lamas pidió que me llevaran a la casa parroquial", prosiguió.
Convaleciente, recuerda la luz tenue de un mechero, la precariedad del lugar, y casi como una premonición, que "tenía miedo". Luego de la tertulia y la cena de bienvenida, el religioso se dirigió a la casa parroquial, donde habría sucedido el abuso. Las emociones son el hilo conductor para una desmemoria forzada. "Me desperté dolorido, ya había comenzado la misa y yo no estaba ahí. Él estaba dando la misa solo, levantando la hostia y yo lo miraba desde afuera, porque en realidad tenía que estar al lado de él sirviéndolo como monaguillo. Sentía bronca, me daban ganas de decir barbaridades, pero quién me iba a creer; él me vio en la puerta, todos estaban arrodillados y de ahí me fui a llorar al arroyo, recuerdo que el agua estaba helada, y me quería lavar todo... me sentía sucio", contó.
27 años es el tiempo que esperó Juan Carlos para romper el silencio. Atribuyó esta situación al terrible daño que sufrió por las abusados
Juan Carlos se quedó dando vueltas por el puñado de construcciones que había por aquella época en El Alfarcito. Al verlo merodear sin rumbo, la directora de la escuela lo invitó a dar una "clase de catequesis", lo que provocó que el cura interrumpa la misa. "Salió vestido con el protocolo para oficiar la ceremonia, miró por la ventana para ver qué estaba hablando con la directora", recordó. Un método de presión que se repetiría con los años.
La "macana"
"El padre se mandó una macana conmigo", fue la forma que encontró Juan Carlos para contarle lo sucedido a uno de sus compañeros que había llegado para colaborar en la procesión. "Corrí detrás de la camioneta en la que llegaban mis compañeros, quise contarles, la ansiedad de los preparativos fue más fuerte", subrayó. Quería encontrar el momento para poder hablar con el sacerdote, pero éste lo evitaba. "Cuando estábamos volviendo el padre me quiso subir a la cabina, pero yo me puse rebelde y me fui atrás con mis compañeros; él quería quedarse solo de nuevo conmigo, pero ya era de día".
Al llegar a casa corrió a abrazar a su mamá mientras que "ella no se imaginaba que en esa salida me habían arruinado la vida, pensaba que lloraba porque había extrañado. Luego le conté, fue difícil". Pero su madre, como otros fieles de la Iglesia, al principio no le creyó, mientras que los abusos habrían continuado. "Volví a ser monaguillo, y en dos oportunidades, al terminar la misa, me agarró al lado de la sacristía y me manoseó, me daba besos...". Luego de estos episodios, Juan Carlos no volvió a asistir en las misas.
En 2017 García se animó a contar su verdad y recurrió a la Justicia, donde relató con lujo de detalles los terribles momentos que vivió desde que fue ultrajado
Nervioso por lo que estaba sucediendo, recurrió a las amistades de la Iglesia, pero tampoco fue escuchado. "Todos me hacían sentir a mí que yo era el culpable, intenté hablar con las monjas, me acuerdo que estaba la hermana Clelia, la hermana Celestina... pero me decían que debía pedirle perdón a Dios. También intenté hablar con la hermana Eva, que hoy es madre provincial de las franciscanas, pero me echó del grupo de oración en el que yo estaba a cargo", evocó dolido.
Un grupo clandestino
Como reguero de pólvora, las acusaciones de Juan Carlos explotan contra varios religiosos. “El padre Jesús Quintana me echó de la iglesia”, contó. A pesar de ello intentó cumplir con su “pacto con Dios”, y armó un grupo de oración “clandestino”, pero no duró mucho. “A los chicos les decía que ya no podía hablar de amor, que mi corazón se está llenando de odio”, dijo. Y agrego: “Los rumores de abuso llegaron a las altas cabeza de las Iglesia”. Citó a monseñor Blanchoud, entonces arzobispo de Salta. “Vino a la casa parroquial y habló con mi mamá y cuando salió de la reunión me pidió llorando que nunca más me metiera con los curas”, rememoró.