El papa Francisco dijo que la Iglesia Católica necesita ser reconstruida para que sea un lugar de acogida para “todos, todos, todos”, al inaugurar una reunión divisiva sobre el futuro de la Iglesia que ha despertado esperanza entre los progresistas y alarma entre los conservadores.
Francisco presidió una misa solemne en la Plaza de San Pedro para inaugurar formalmente la reunión. Pero advirtió a ambos bandos en las guerras culturales de la Iglesia que hicieran a un lado sus “estrategias humanas, cálculos políticos o batallas ideológicas” y dejaran que el Espíritu Santo guiara el debate.
“No estamos aquí para crear un parlamento, sino para caminar juntos con la mirada de Jesús”, dijo.
Pocas veces en los últimos tiempos una reunión vaticana ha generado tanta esperanza, expectación y temor como este encuentro a puerta cerrada de tres semanas, conocido como sínodo. No tomará ninguna decisión vinculante y es sólo la primera sesión de un proceso de dos años. Pero, sin embargo, ha trazado una línea de batalla aguda en la perenne división izquierda-derecha de la Iglesia y marca un momento decisivo para Francisco y su agenda de reformas.
En la mesa están los llamamientos a tomar medidas concretas para elevar a más mujeres a puestos de toma de decisiones en la Iglesia, incluidos los diáconos, y para que los fieles católicos de a pie tengan más voz en el gobierno de la Iglesia.
También se están estudiando formas de acoger mejor a los católicos LGBTQ+ y a otros marginados por la Iglesia, así como nuevas medidas de rendición de cuentas para comprobar cómo ejercen su autoridad los obispos y evitar abusos.
Incluso antes de empezar, la reunión fue histórica porque Francisco decidió que las mujeres y los laicos votaran junto a los obispos en cualquier documento final que se elaborara. Aunque menos de una cuarta parte de los 365 miembros con derecho a voto no son obispos, la reforma supone un cambio radical respecto a un Sínodo de Obispos centrado en la jerarquía y evidencia la creencia de Francisco de que la Iglesia se preocupa más de su rebaño que de sus pastores.
La misa de apertura y la disposición de los asientos lo dejaron claro: los participantes laicos encabezaron la procesión en la Plaza de San Pedro, seguidos por los clérigos investidos, sugiriendo su primacía de lugar. En el auditorio del Sínodo, los laicos se sentaron en mesas redondas junto a cardenales y obispos, en lugar de en la última fila de la sala de audiencias del Vaticano, como en sínodos anteriores.
“Es un momento decisivo”, dijo JoAnn López, una ministra laica nacida en la India que ayudó a organizar dos años de consultas previas a la reunión en las parroquias donde ha trabajado en Seattle y Toronto.
“Es la primera vez que las mujeres tienen una voz cualitativamente diferente en la mesa, y la oportunidad de votar en la toma de decisiones es enorme”, afirmó.
En su homilía, Francisco recordó que su tocayo San Francisco de Asís, cuya fiesta se celebra el miércoles, también se enfrentó a divisiones y tensiones en su vida y respondió con la oración, la caridad, la humildad y la unidad cuando le dijeron: “Ve y reconstruye mi iglesia”.
“¡Hagamos nosotros lo mismo!” indicó Francisco. “Y si el pueblo santo de Dios con sus pastores de todo el mundo tiene expectativas, esperanzas e incluso algunos temores sobre el sínodo que estamos comenzando, sigamos recordando que no es una reunión política, sino una convocatoria en el espíritu; no un parlamento polarizado, sino un lugar de gracia y comunión”.
Repitió ese tema durante la primera sesión de trabajo del sínodo y estableció las reglas básicas para los participantes, confirmando un bloqueo mediático de la reunión. Francisco pidió un “ayuno de la palabra pública” para permitir un debate libre sin el resplandor o las presiones de la cobertura mediática.
“Más que hablar, la prioridad es escuchar”, señaló.
Las mujeres llevan mucho tiempo quejándose de ser tratadas como ciudadanas de segunda clase en la Iglesia, excluidas del sacerdocio y de los más altos rangos de poder, pero responsables de la mayor parte del trabajo eclesiástico: enseñar en las escuelas católicas, dirigir hospitales católicos y transmitir la fe a las siguientes generaciones.
Llevan mucho tiempo exigiendo una mayor participación en el gobierno de la Iglesia, al menos con derecho a voto en los sínodos periódicos, pero también el derecho a predicar en misa y a ser ordenados sacerdotes o diáconos. Antes de que comenzara la misa inaugural, los defensores de las mujeres sacerdotes desplegaron una gigantesca pancarta morada en una plaza cercana en la que se leía “Ordenen mujeres”.
López, de 34 años, y otras mujeres están especialmente entusiasmadas con la posibilidad de que el sínodo apruebe de algún modo la ordenación de mujeres como diáconos, un ministerio que actualmente está limitado a los hombres. El tema está en el orden del día, y una delegación del grupo de López, Discerning Deacons, estuvo en Roma para asistir a los actos paralelos.
Durante años, los partidarios de las mujeres diáconos han argumentado que las mujeres en la iglesia primitiva sirvieron como diáconos y que la restauración del ministerio serviría a la iglesia y reconocería los dones que las mujeres aportan a ella.
Francisco ha convocado dos comisiones de estudio para investigar el tema y se le pidió que lo considerara en un sínodo anterior sobre la Amazonia, pero hasta ahora se ha negado a hacer ningún cambio.
En su homilía de apertura del sínodo, Francisco dijo que esas ideas “preconcebidas” no tenían cabida en la reunión. Pero repitiendo su nuevo mantra sobre la iglesia como lugar de acogida, dijo que se debe permitir la entrada a “tutti, tutti, tutti”: todos, todos, todos.
La posibilidad de que este proceso sinodal conduzca a un cambio real en temas que antes eran tabú ha dado esperanzas a muchas mujeres y católicos progresistas y ha provocado la alarma de los conservadores, que han advertido de que su llamamiento a la inclusión radical de las personas LGBTQ+ podría conducir al cisma.
Han escrito libros, celebrado conferencias y utilizado las redes sociales para afirmar que las reformas de Francisco están sembrando la confusión, socavando la verdadera naturaleza de la Iglesia y todo lo que ha enseñado durante dos milenios. Entre los más ruidosos se encuentran los conservadores de Estados Unidos.
En la víspera de la reunión, uno de los críticos más abiertos del sínodo, el cardenal estadounidense Raymond Burke, lanzó un duro reproche a la visión de Francisco de la “sinodalidad”, así como a su proyecto general de reforma de la Iglesia.
“Por desgracia, está muy claro que la invocación del Espíritu Santo por parte de algunos tiene el objetivo de llevar adelante una agenda que es más política y humana que eclesial y divina”, dijo Burke en una conferencia titulada “La Babel sinodal”.
En la audiencia estaba el cardenal Robert Sarah, quien junto con Burke y otros tres cardenales había desafiado formalmente a Francisco a afirmar la enseñanza de la Iglesia sobre la homosexualidad y la ordenación de mujeres antes del sínodo.
En un intercambio de cartas hecho público el lunes, Francisco no mordió el anzuelo y en su lugar aseguró que los cardenales no deberían tener miedo de las preguntas que plantea un mundo cambiante. Preguntado específicamente sobre las bendiciones eclesiásticas a las uniones homosexuales, Francisco sugirió que podrían permitirse siempre que no se confundan con el matrimonio sacramental.