Las fotos eran parte del llamado "body checking", una práctica habitual entre quienes padecen trastornos de la alimentación. Camila se las sacaba para comprobar, de una semana a otra, cuánto se notaba en su cuerpo haber reducido la alimentación al mínimo. El sábado en que decidió mostrarlas por primera vez no había sido un sábado cualquiera: después de un arduo tratamiento, le habían permitido volver a sus clases de danzas.
Ese mismo día, alguien había sugerido una consigna en Twitter: "Subí una foto tuya de 2016, 2017 y 2018 para que vean tu cambio". Algunos mostraron cortes de pelo, tatuajes, embarazos. Pero Camila subió sus fotos y escribió: "El cambio más grande que pude hacer en 2 años fue el de decidirme por seguir adelante y VIVIR".
"Me sorprendió mucho lo que pasó con las fotos, contesté los mensajes uno por uno", cuenta a Infobae Camila Paz, que tiene 16 años, va a quinto año y vive en San Justo. Las fotos que publicó en Twitter el 2 de junio -en el peor momento de la anorexia y ahora, en plena recuperación- se volvieron virales. El tuit llegó casi a los 100.000 me gusta, fue retuiteado unas 10.000 veces y ya acumula 780 comentarios.
"Camila, no te conozco pero estoy orgullosa de vos", le dejó escrito alguien. "Ay, niña. Duelen esas fotos", le escribió otra persona desconocida. Camila contestó: "Las fotos no hacen justicia al dolor que era vivir día a día así. Por suerte quedaron atrás".
"No es algo que pase de un día para el otro, creo que siempre había estado en mi cabeza la idea de dejar de comer. Tenía problemas con mis papás y la lógica era: 'Si dejo de comer tal vez se den cuenta de que algo me está haciendo mal y no me están dando bola'", cuenta. "Me había criado en un ambiente muy perfeccionista, muy autoexigente y mi personalidad se había formado así, quería ser un 10 en todo. Entonces, pensé: 'Si ya soy flaca, puedo ser la más flaca".
Tenía 13 años ese verano en que la anorexia empezó a mostrarse. "Primero empecé a comer sano pero me miraba en el espejo y no notaba ningún cambio. Pesaba 45 kilos y me propuse pesar 40. Como mis papás trabajaban de tarde y no me veían, aprovechaba para no comer. Cuando te enfermás, vas armando estrategias: a la hora de la merienda me hacía la dormida y los fines de semana simulaba que dormía hasta el mediodía y evitaba el desayuno".
En su habitación, a escondidas, hacía rutinas de ejercicios durante horas para quemar las calorías que había ingerido. "Me había propuesto ingerir 1.000 calorías por día pero después quemaba más de lo que comía. Si no podía hacer ejercicios, era el fin del mundo. Ya no quería ir al colegio, me daba vergüenza mi cuerpo, especialmente mis piernas.No quería que nadie me viera hasta que no llegara a ese ideal de delgadez que me había puesto. Pero las metas siempre quedaban lejos, porque cuando llegué a 40 kilos quise seguir bajando".
Camila perdió la capacidad de concentración en el aula, estaba siempre agotada, muerta de frío. "Era cada vez peor. Al principio le tenía miedo a un alfajor o a una porción de torta, después a un tomate". Se alejó de sus amigos y de sus familiares: "Lloraba todo el día. No quería ir más al colegio, sentía que no podía seguir con mi vida. Quería desaparecer".
La llevaron a una nutricionista creyendo que lo hacía para llamar la atención. Engañada por las mentiras, la profesional tampoco entendió que Camila estaba enferma. Poco tiempo después, dejó de ir.
"Empecé otra etapa en la que no podía parar de comer. Comía tres alfajores y después dos paquetes de galletitas enteros. A veces vomitaba, otras veces no. Poca gente entiende bien de qué se trata la anorexia, hasta que no te pasa no sabés. Creían que verme comer era sinónimo de que me estaba recuperando, que estaba compensando lo que había perdido".
Lo que siguió fue un espejismo. "Empecé a ser vegetariana y creí que me había estabilizado. Mis papás empezaron a quedarse a la tarde en casa pero yo me obsesioné otra vez. No dejé de comer tan tan abruptamente sino que comía lo mínimo. Desayunaba un té con dos galletitas, no tres. O sea, parecía que comía pero seguía haciendo esas rutinas de ejercicios. Cuando estaba en el baño y vomitaba, prendía la ducha para simular que estaba haciendo otra cosa".
Para ese entonces, Camila había empezado una relación con quien hoy sigue siendo su novio. "Me pegué mucho a él, era lo único que me hacía bien". Anímicamente, iba en caída libre. La sacaban del aula en medio de ataques de llanto, peleaba seguido con su novio, y ninguna de las dos psicólogas que la habían atendido había logrado dar en la tecla. El tratamiento que empezó en la Fundación La Casita, un centro especializado en trastornos alimentarios, fue lo que empezó a cambiar la historia.
"Llegué pesando 38 kilos, ya usaba ropa de nena. Tenía que anotar todo lo que comía pero seguía mintiendo. Cuando me pesaban, salía a la luz", cuenta. Le dijeron que había llegado a un límite. "No me decían que me podía morir, pero la verdad es que muchas veces sentí que prefería estar muerta, quería dejar de existir".
Parte del tratamiento fue quedarse en reposo. "No podía gastar energía, no tenía nada", dice. Estuvo siete meses sin poder ir a sus clases de danzas. Volvió ese sábado 2 de junio en que publicó sus fotos, por eso salió emocionada. "Cuando empecé a estar mejor lo primero que sentí fue felicidad. No recordaba esa sensación", cuenta ahora.
"Recién había vuelto a ver las fotos que usaba para el body checking. En aquel momento me parecía que mi cuerpo estaba normal, ahora no. Creo que mostré esas fotos para que otras chicas vean que la anorexia no es un callejón sin salida. Mi psicóloga me había dicho: 'Yo te muestro el mapa, vos elegís a dónde ir'. Bueno, yo también quería mostrarles el mapa".
Recibió centenares de mensajes de desconocidos pero también de amigas. Una le dijo: "No puedo creer que no me di cuenta de que te estabas muriendo. Estoy muy orgullosa de vos". Camila dice: "Quiero que otras chicas sepan que no es normal estar pensando todo el día en la comida, ir al gimnasio aunque estés enferma, bajar de peso y seguir disconforme, vivir llorando, mirarse al espejo 20 mil veces por día por si engordaste. A la anorexia no la cura el tiempo, al contrario, el tiempo la empeora, porque la enfermedad siempre encuentra un hueco para meterse. No esperen a llegar a un extremo para pedir ayuda".
Hay días mejores, otros peores. "Hoy estoy aprendiendo a separar lo que me pasa de la comida. A ser más flexible, a no ser tan rígida ni tan detallista. A cambiar los pensamientos, a aceptar que no puedo tener el control de todo, a no gastar tanta energía en la perfección, a lo importante que es estar nutrida para tener una linda vida y crecer. En un cuerpo de nena chiquita, no podés crecer".
Fuente: Infobae