En una casilla de madera, de no más de seis metros cuadrados, con techo de chapa y piso de tierra, velaron anteayer a Darío Lucas Basualdo. Tenía un año y dos meses cuando murió. Su muerte fue producto de un complejo cuadro infeccioso y gastroenteritis tras varias recaídas por deshidratación.
Darío sufría la falta de comida y agua. Él, como sus cinco hermanos y sus padres, comía de vez en cuando; al igual que la mayoría de los vecinos de la comunidad wichi de La Mora, donde nació y murió Darío, a tres kilómetros de la ciudad de Tartagal.
“Fui como tres veces al hospital, no me atendieron bien. Ahí lo internaron”, recuerda el papá, Ramón Basualdo, mientras su familia vela a Darío, en un pequeño cajón fúnebre colocado en la única mesa que tiene la casa.
Dice que el más pequeño de sus seis hijos tenía vómitos y diarrea, por eso recurrieron en tres oportunidades a los médicos durante las últimas dos semanas.
El gerente del hospital público de Tartagal, Juan José Fernández, recuerda que varias veces fue asistido Darío para una recuperación nutricional, ya que “su curva de crecimiento estaba estacancada”. Pese a este estado, el médico asegura a LA GACETA que el niño “no tenía desnutrición crónica”.
“Estaba controlado. Estaba en riesgo, pero no era uno de los más altos. Realmente no era de esperar el desenlace”, dice.
Según Fernández el nene ingresó al nosocomio hace dos semanas con un cuadro de gastroenteritis aguda. Fue asistido y luego volvió a su casa. “A la semana volvió con el mismo cuadro y se lo asistió con una internación abreviada. Pero a las 48 horas volvió, delicado y se lo tuvo que derivar a Salta. Acá no tengo terapia intensiva pediátrica, ni recursos tampoco. Solo respirador artificial”, cuenta.
El domingo pasado, Darío, acompañado por su papá, fue trasladado en un vuelo sanitario desde Tartagal hasta el hospital Materno Infantil de la capital salteña. Más de 360 kilómetros hicieron para tratar de salvarle la vida. A la madrugada del martes, Darío murió.
“Estaban preocupados. No tenían quién lo ayudara, por eso me llamaron anteayer. Cuando voy a La Mora y me acerco en la sombra, los chicos estaban llorando. No habían comido en toda la mañana”, cuenta Modesto Rojas, representante wichí y miembro de la Asociación Indígena de la República Argentina (AIRA).
Rojas acompañó a la familia durante el velorio. “El fuego estaba apagado”, dice, asegurando que esto es señal de que hace tiempo no había agua para calentar, ni comida que preparar.
El papá de Darío trabaja como jornalero en el campo. “Ramón es changarín. A veces tiene trabajo y otras veces no. Y ahora la estamos pasando mal”, relata Rojas, quien asegura que los chicos de Basualdo viven de la asignación universal. “Pero no alcanza para todos”, dice.
Rojas asegura que las comunidades están siendo olvidadas por las autoridades. “El municipio no tiene en cuenta a los pueblos originarios. Hay muchos chicos con desnutrición por falta de alimentos”, sostiene. El gerente del hospital de Tartagal también dice que “hay hambre” en la zona. “Podemos hacer todo el soporte nutricional pero no es la principal solución”, asegura Fernández, reconociendo la falta de comida y trabajo en el norte de la provincia.